La prisión de Stanford

La Prisión de Stanford

El experimento de la prisión de Stanford demuestra lo rápidamente que las personas pueden cambiar de rol y adoptar un consenso social objetivo compartido.

El experimento de la prisión de Stanford demuestra lo rápidamente que las personas pueden cambiar de rol y adoptar un consenso social objetivo compartido.

Zimbardo estaba interesado en identificar los factores que llevaban a las prisiones a ser lugares violentos y degradados. Por lo tanto, simuló un entorno de prisión en los sótanos del departamento de psicología de la universidad de Stanford y reclutó voluntarios (varones) para participar en un estudio de la vida en prisión. Doce jóvenes fueron asignados al azar al papel de prisioneros; a los otros doce se les asignó el papel de guardianes. Aunque Zimbardo pretendía que el experimento durara dos semanas, tuvo que abandonar tras sólo cinco días puesto que aquellos a los que se les asignó el rol de guardianes se volvieron más y más agresivos y exhibieron una remarcable abilidad para atormentar, explotar y deshumanizar a los que les había tocado el rol de prisioneros. En contraste, los prisioneros se volvieron apáticos y con disturbios psicológicos.

Una tranquila mañana de domingo

Una tranquila mañana de domingo en agosto, en Palo Alto, un coche de la policía de California recorre la ciudad cogiendo estudiantes como parte de un arresto masivo por violación de los códigos penales 211, robo armado y allanamiento, un 459 PC.

El sujeto fue capturado en su casa, acusado, informado de sus derechos legales, registrado y esposado; a menudo mientras los sorprendidos y curiosos vecinos miraban. El sospechoso fue colocado en la parte trasera del coche de policía y llevado al cuartel de policía haciendo sonar las sirenas.

El coche entró en el cuartel de policía, se sacó al sospechoso y se le hizo entrar en el cuartel, registrado formalmente, informado de nuevo de sus derechos legales, se le tomaron las huellas digitales y se le hizo un reconocimiento completo.

Se llevó entonces al sospechoso a una celda donde se le dejó con los ojos vendados para meditar sobre su destino y asombrarse de lo que había hecho para meterse en este embrollo.

Voluntarios

Lo que había hecho había sido contestar unas semanas antes un anuncio que apareció en la prensa de Palo Alto, pidiendo voluntarios para un estudio sobre los efectos psicológicos de la vida en prisión. Queríamos ver exactamente las consecuencias conductuales y psicológicas de convertirse en un prisionero o en un guardia de prisión. Para hacer esto, decidimos crear nuestra propia prisión, para crear o simular un entorno de prisión y entonces anotar cuidadosamente los efectos de esta institución total sobre la conducta de todos los que se encuentran dentro de sus muros.

A las 70 personas que contestaron nuestro anuncio se les hizo contestar una extensa batería de tests psicológicos administrados por Craig Haney y Curt Banks, que nos ayudó a eliminar aquellos candidatos con cualquier tipo de problema psicológico, problema médico o historia de criminalidad o abuso de drogas, hasta que nos quedamos con la muestra final de 24 sujetos. Eran estudiantes de todos los Estados Unidos y Canadá que estaban en el área de Stanford durante el verano y querían ganar 15$ diarios por participar en un estudio psicológico. Reaccionaban normalmente sobre todas las dimensiones que fuimos capaces de testar u observar.

Nuestro estudio de la vida en prisión comenzó, entonces, con un grupo de estudiantes saludables, inteligentes, de clase media. Estos chicos fueron divididos arbitrariamente en dos subgrupos. A la mitad se les asignó al azar el papel de guardias, a la otra mitad el de prisioneros. Es importante recordar que al inicio de nuestro experimento no existía ninguna diferencia entre los chicos a los que al azar se les asignó el tratamiento de ser prisioneros y aquellos a los que se les asignó el de guardias.

Estructuración del experimento

Para comprender mejor la psicología del encarcelamiento que estábamos intentando simular en nuestro estudio, pedimos los servicios de asesores con experiencia. El principal de ellos fue Carlo Prescott, un ex-profesional que había servido cerca de setenta años en San Quentin, Soledad, Folsom y otras prisiones. El nos hizo conscientes de lo que era ser un prisionero. También nos presentó a otros exprofesionales y a personal correccional.

Nuestra prisión fue físicamente construida en los sótanos del departamento de psicología de Stanford. Cogimos las ventanas de algunos laboratorios y las reemplazamos con unas puertas especialmente fabricadas y con números de celda. También tapiamos los extremos de un largo corredor. Este corredor era el patio, y era el único lugar fuera de su celda donde se permitía andar a los prisioneros.

En uno de los extremos del hall había una pequeña apertura desde donde podíamos filmar lo que ocurría. En un lado del corredor había un pequeño armario que se convirtió en el “agujero” o celda de aislamiento. Un sistema de intercomunicación nos permitía hacer anuncios públicos a los prisioneros. No había ventanas o relojes para juzgar el paso del tiempo, lo que posteriormente resultó en alguna experiencia de distorsión temporal.

Nuestra cárcel está ahora lista para recibir a los primeros prisioneros, que estaban esperando en las celdas de detención del departamento de policía de Palo Alto.

Humillación

Cada prisionero, todavía con los ojos vendados y todavía en un estado de ligero shock por la sorpresa del arresto por la policía de la ciudad, es colocado en un coche de uno de nuestros hombres y conducido a la cárcel de la ciudad de Stanford para su procesamiento.|

Los prisioneros eran conducidos a la cárcel de uno en uno y eran recibidos por el director.

Cada prisionero es cacheado y desnudado sistemáticamente.

Entonces es despiojado, un procedimiento diseñado en parte para humillarlo y en parte para estar seguros de que no lleva ningún germen que pueda contaminar nuestra cárcel.

Se le da entonces su uniforme al prisionero. Consiste de cinco partes. La principal es un vestido que cada prisionero lleva todo el tiempo sin nada debajo. Sobre el vestido, delante y detrás, está su número de prisionero.

En el tobillo derecho de cada prisionero hay una cadena, que lleva puesta continuamente. Sandalias de goma en los pies y en sus cabezas, para cubrir su largo pelo, una gorra de media, una gorra hecha con medias de mujer que también tienen que llevar día y noche. Debe quedar claro que estábamos intentando crear una simulación funcional de un entorno de prisión, no uno literal. Es una distinción importante para tener en cuenta

Los prisioneros reales no llevan vestidos, pero los prisioneros reales, como hemos aprendido, se sienten humillados, se sienten “emasculados”, y pensamos que podíamos producir los mismos efectos fácilmente poniéndoles vestidos sin ropa interior. En realidad, en cuanto nuestros prisioneros se pusieron esos uniformes comenzaron a caminar y a sentarse de forma diferente, y a comportarse de forma diferente, más como una mujer que como un hombre.

La cadena en sus pies, que también es inhabitual en muchas prisiones, se usó para que el prisionero fuera siempre consciente de la opresividad de su entorno. Así incluso cuando estaba durmiendo no podía escapar de la atmósfera de opresión. Cuando se daba la vuelta, la cadena golpeaba su otra pierna, despertándolo y recordándoles que estaba todavía en una prisión, incapaz de escapar incluso en sus sueños

Su número de prisionero era una forma de hacerle sentir anónimo. Cada prisionero tenía que ser llamado sólo por su número. El sombrero de media en la cabeza era un sustituto del afeitado de cabeza.

Este proceso de tener la cabeza afeitada, que se da en muchas prisiones y en el ejército, está diseñado en parte para minimizar la individualidad de cada ser humano, ya que algunas personas expresan su individualidad a través de su estilo o largura de pelo. También es una forma de iniciar a cada persona en el cumplimiento de la regla arbitraria, coercitiva de la institución. El cambio dramático por el simple hecho de tener la cabeza afeitada era obvio en estos hombres.

Imponiendo la ley

A los guardias no se les dieron instrucciones o entrenamiento específicos sobre cómo ser guardias. Más bien eran libres, dentro de unos límites, de hacer lo que consideraran necesario para mantener la ley y el orden en la prisión y para tener el respeto de los prisioneros. Los guardias crearon su propio conjunto de reglas que luego aplicaron para la supervisión general del director David Jaffe, también un estudiante.

Se les advirtió, sin embargo, de la seriedad potencial de su misión y de los posibles peligros en la situación en la que iban a entrar, tanto como, por supuesto, los guardias reales que eligen voluntariamente un trabajo de ese estilo. Como con los prisioneros reales, los nuestros esperaban alguna persecución y tener violados su privacidad y algunos de sus otros derechos civiles mientras estuvieran en la prisión.

Todos los guardias vestían uniformes idénticos, llevaban una porra, un silbato, y todos llevaban gafas de sol especiales. Esas gafas reflectantes impedían verles los ojos o leer sus emociones, y por lo tanto ayudaba a su anonimato. Estábamos, por supuesto, estudiando no solo a los prisioneros, sino también a los guardias.

Empezamos con nueve guardias y nueve prisioneros en nuestra cárcel. Trabajaban tres guardias cada turno de ocho horas, tres prisioneros ocupaban cada una de las tres celdas todo el tiempo. El resto de guardias y prisioneros de nuestra muestra total de 24 estaban a la espera de ser llamados en el caso de necesitarlos. Las celdas eran tan pequeñas que sólo había espacio para los tres colchones sobre los que dormían o se sentaban los prisioneros.

Reafirmando la autoridad

A las 2:30 de la madrugada los prisioneros fueron despertados rudamente para ser contados. El recuento tenía la finalidad de familiarizar a los prisioneros con sus números. Pero más importante, ofrecía a los guardias una ocasión regular para interaccionar con y ejercer control sobre los prisioneros. Había diversos recuentos cada día y cada noche.

El levantar durante la noche era una forma habitual de castigo físico impuesto por los guardias para castigar las infracciones de las reglas o las muestras de actitudes inadecuadas hacia los guardias o hacia la institución. Cuando vimos que los guardias hacían esto, pensamos que era una forma inadecuada de castigo en una prisión.

Sin embargo, posteriormente nos enteramos de que en los campos de concentración Nazi, eso mismo era usado como una forma de castigo, como podemos ver en este dibujo de un antiguo prisionero de un campo de concentración, Alfred Kantor. Es curioso que uno de los guardias también pisara la espalda de uno de los prisioneros mientras realizaban flexiones de castigo hacia el final de nuestro experimento.

Reafirmando la independencia

Como el primer día pasó sin ningún incidente, estábamos totalmente sorprendidos y no preparados para la rebelión que estalló durante la mañana del segundo día. Los prisioneros se quitaron sus “gorros”, arrancaron sus números y se atrincheraron dentro de las celdas poniendo las camas contra la puerta. Entonces el problema era ¿qué íbamos a hacer con esta rebelión?

Los guardias también estaban trastornados porque los prisioneros empezaron a burlarse de ellos y a insultarlos. Cuando llegó el turno de la mañana, se molestaron porque aseguraban que el turno de la noche debía haber sido demasiado permisivo porque sino no habría estallado la rebelión. Los guardias tenían que solucionar la rebelión por sus medios, y lo que hicieron fue fascinante de contemplar.

En primer lugar insistieron en pedir refuerzos. Los tres guardias que estaban esperando en casa vinieron y los guardias del turno de noche se quedaron voluntariamente de servicio para reforzar el turno de mañana. Los guardias se reunieron y decidieron contestar a la fuerza con la fuerza.

Cogieron un extintor de incendios que disparaba dióxido de carbono y obligaron a los prisioneros a apartarse de las celdas, entraron en cada celda, desnudaron a los prisioneros, sacaron las camas fuera, pusieron a algunos prisioneros que eran los cabecillas en aislamiento, y en general empezaron a intimidar y hostigar a los prisioneros.

La rebelión había sido sofocada temporalmente pero ahora los guardias se enfrentaban a un nuevo problema. Seguro, nueve guardias con porras podían sofocar una rebelión de nueve prisioneros, pero no podía haber nueve guardias de servicio continuamente. Es obvio que nuestra prisión no podía soportar tal número de personas. Entonces, ¿qué podían hacer? Entonces a uno de los guardias se le ocurrió una ingeniosa solución. “Usemos tácticas psicológicas en vez de físicas”.

Las tácticas psicológicas llevaron a montar una celda de privilegio. Una de las tres celdas se convirtió en una celda privilegiada. Se les concedieron privilegios especiales a los tres prisioneros que intervinieron menos en la rebelión. Recuperaron los uniformes, recuperaron sus camas, se les permitió asearse y lavarse los dientes. Los otros no. También tuvieron comida especial en presencia de los otros prisioneros que habían perdido el privilegio de comer. Esto se diseñó para romper la solidaridad entre los prisioneros. Después de medio día de este tratamiento, los guardias cogieron a algunos de los prisioneros “buenos” y los pusieron en las celdas “malas”, y cogieron a algunos de los “malos” prisioneros y los pusieron en la celda “buena”, generando confusión entre los prisioneros.

Algunos de los prisioneros que eran cabecillas pensaron entonces que los prisioneros de la celda de privilegio debían sen informadores, y de repente ya no podía haber unión o solidaridad dentro de cada celda. Nuestros asesores ex-convictos nos informaron posteriormente que un tipo muy similar de táctica es usada por los guardias reales en las prisiones reales para romper las alianzas entre prisioneros. Lo que se hace según se dice es usar la amenaza de homosexualidad para dividir a los prisioneros y también promover el racismo oponiendo negros, chicanos y anglos entre ellos.

De hecho, en una auténtica prisión la mayor amenaza para la vida de cualquier prisionero proviene de sus compañeros. En las auténticas prisiones es extraño que actúen conjuntamente contra el sistema.

En contraste, la rebelión jugó un importante papel produciendo mayor solidaridad entre los guardias. Porque ahora, de repente, ya no se trataba simplemente de un experimento, de un simple simulacro.

Efectivamente, aquí había algunos busca-problemas que les podían causar un daño real, que previamente los habían humillado públicamente. Se les estaban burlando, tomando el pelo, y los guardias no iban a soportarlo más. Ahora los guardias empezaron a aumentar incluso más su control, autoridad, vigilancia y agresión.

Cualquier aspecto de la conducta de los prisioneros calló sobre el control total y arbitrario de los guardias de cualquiera de los turnos. Ir al lavabo era un privilegio que el guardia podía conceder o denegar a su voluntad. Bastante a menudo, a medida que pasaban los días, un guardia podía rechazar la petición de ir al lavabo de un prisionero, y después de las 10 de la noche cuando las luces estaban ya apagadas, los prisioneros tenían que orinar y defecar en un cubo que se había dejado en la celda, y en ocasiones el guardia podía incluso rechazar que el prisionero vaciara el cubo. Pronto la prisión comenzó a oler o orina y heces. También, mientras escoltaba a un prisionero al baño, el guardia que quedaba a solas con el prisionero, sin la vigilancia del superintendente de la prisión, o cualquier otro, quedaba libre para empujarle, hacerle tropezar, o hacer cualquier otra cosa para tenerlo a raya.

Los guardias eran especialmente duros con el cabecilla de la rebelión, el prisionero #5401. Después supimos cuando censurábamos el correo de los prisioneros que era un activista radical.

Se había presentado voluntario con la idea de desenmascarar nuestra investigación que erróneamente pensaba era una herramienta del establishment para encontrar formas de control de los estudiantes radicales. De hecho, había planeado vender la historia a los periódicos clandestinos de Berkeley, The Barb y The Tribe, cuando hubiera acabado el experimento. Sin embargo, incluso él se introdujo tanto en el rol de prisionero que se sintió orgulloso de ser elegido líder del Comité de Quejas de la Prisión de Stanford como le contó en su carta a su novia.

Muchas de las quejas del Comité de Quejas, que tenían que ver con actividades de recreo y rehabilitación, fueron ignoradas, por supuesto, hasta que el personal se convenció de que la amenaza interna a la seguridad de la prisión había terminado.

Primer prisionero liberado

El lunes por la noche, en menos que 36 horas, nos vimos forzados liberar a nuestro primer prisionero.

El prisionero #8612 sufría un agudo disturbio emocional, pensamiento desorganizado, gritos incontrolados, y rabia. A la vista de esto, habíamos empezado también a pensar tanto como autoridades de prisión que pensamos que estaba fingiendo, es decir, que estaba intentado engañarnos. Nos llevó cierto tiempo hasta que nos convencimos de que estaba sufriendo realmente, y entonces lo liberamos.

Padres y amigos

Hubo dos acontecimientos que marcaron el martes. El primero fue la hora de visita de los padres y amigos. A aquellos prisioneros que tenían familia y amigos cerca se les permitió que les escribieran, pidiéndoles que los visitaran en la cárcel.

Nos preocupaba que cuando los padres vieran el estado de nuestra cárcel y de sus hijos, podían insistir en llevárselos. Para contrarrestar esto, manipulamos enormemente la situación, y entonces manipulamos sutilmente a los visitantes.

Hicimos la visita “hipócrita” para hacer que el entorno de la prisión pareciera agradable a los padres y disimular cualquier queja que pudieran presentarles los prisioneros. Lavamos y afeitamos a los prisioneros, que tenían limpias las celdas, eliminamos todos los signos, les dimos una gran comida, se escuchó música por los altavoces, e incluso una atractiva co-ed, Susie Phillips, recibió a los visitantes.

Cuando llegó la docena aproximada de visitantes, llenos de buen humor a lo que parecía ser una experiencia novelesca y divertida, sistemáticamente mantuvimos su conducta bajo control situacional.

Se les tenía que mostrar que eran nuestros invitados, a quienes les concedíamos el privilegio de visitar a sus hijos, hermanos y amantes. Tenían que registrarse, se les hizo esperar media hora, se les dijo que sólo dos visitas podían ver a un prisionero, el tiempo total de visita se fijó en sólo diez minutos, tenían que estar bajo la vigilancia de un guardia, y antes de que los padres pudieran entrar en el área de visitas, tenían que discutir el caso de su hijo con el director.

Por supuesto se quejaron de estas reglas arbitrarias, pero curiosamente, lo único que hicieron fue cumplirlas. Así ellos, también, se convirtieron en parte del drama de la prisión que estábamos representando. Efectivamente, algunos de los padres quedaron trastornados cuando vieron lo fatigados y angustiados que estaban sus hijos. Pero su reacción fue moverse dentro del sistema para pedir en privado al superintendente que mejora las condiciones de su pequeño prisionero. Cuando le dije a una madre “¿Cuál es el problema con su hijo? ¿No duerme bien?” su madre dijo “Lo siento, no quiero crear ningún problema, pero parece tan fatigado.” Ella estaba reaccionando a la autoridad en que yo inconscientemente me había convertido como superintendente de la Prisión de Stanford.

Plan de fuga

El segundo mayor acontecimiento con el que nos tuvimos que enfrentar el martes fue un rumor de un plan de huida en masa. Uno de los guardias escuchó a los prisioneros hablando sobre una huida que debía ocurrir inmediatamente después de la hora de visita.

El rumor fue de la siguiente forma: El prisionero #8612 que había sido liberado la noche anterior, realmente estaba fingiendo. Lo que había ido a hacer fuera era reunir a sus amigos para irrumpir después de la hora de visita. ¿Cómo creéis que reaccionamos ante este rumor?

¿Piensas que escuchamos un plan de transmisión de rumor durante el día y esperamos a la inminente fuga, y entonces observamos lo que ocurría? Esto es lo que habríamos hecho, sin duda, si todos estuviéramos actuando como psicólogos sociales experimentales, que es nuestra rol habitual. En lugar de eso, el martes nuestra principal preocupación era mantener la seguridad de nuestra prisión. Así, lo que hicimos fue, encontrarnos el director, el superintendente y uno de los jefes, y planear nuestra estrategia.

En primer lugar pusimos a un delator en la celda que ocupaba #8612. Era un cómplice que nos daría información sobre el plan de fuga.

Entonces volvimos al departamento de policía de Palo Alto y preguntamos si podíamos trasladas a nuestros prisioneros a su cárcel. Mi petición fue rechazada simplemente porque el gestor informó al jefe de policía que no les cubriría el seguro si trasladábamos nuestros prisioneros a su cárcel. Enojado y disgustado por esta falta de cooperación, volví, y diseñamos un segundo plan.

El plan fue desmantelar nuestra cárcel inmediatamente después de que marcharan las visitas, llamar refuerzos, coger a nuestros prisioneros, encadenarlos, llevarlos a un ascensor, subirlos al almacén del quinto piso que habíamos estado limpiando durante horas, y dejar a los prisioneros allí con los guardias hasta que sus amigos llegaran al sótano. Cuando llegaran los conspiradores, yo debería estar allí sentado solo. Entonces debería decirles que el experimento había finalizado y que habíamos enviado a todos sus amigos a sus casas, que no quedaba ninguno por liberar. Cuando marcharan volveríamos a traer a los prisioneros y doblaríamos la vigilancia de nuestra prisión. Incluso pensamos en hacer volver con algún falso pretexto a #8612 y entonces volverlo a encarcelar puesto que se había librado con falsos pretextos.

Una visita

Estaba sentado aquí solo, esperando a que entraran los intrusos para poder llevar a cabo nuestro maquiavélico contra-plan.

Así, debería de haber estado solo, pero uno de mis colegas, un brillante psicólogo experimental, que había oído que estábamos haciendo un experimento, llegó para ver que ocurría. Le describí solo brevemente lo que ocurría porque estaba deseando que marchara, puesto que pensaba que la intrusión podía producirse en cualquier momento.

Entonces me hizo una pregunta simple: “¿Cuál es la variable independiente es este estudio?” Para mi sorpresa, yo estaba realmente enojado con él. Tenía una fuga de la prisión en mis manos. La seguridad de mis hombres y la estabilidad de mi prisión estaba en peligro y yo tenía que discutir con este (…) cuya única preocupación era por algo tan ridículo como una variable independiente. La siguiente cosa que me preguntaría sería sobre programas de rehabilitación, ¡el falso! No fue hasta algún tiempo después que no me di cuenta de lo lejos que habíamos llegado en nuestro experimento en este momento.

Pagar con la misma moneda

El rumor sobre la fuga fue solo un rumor. Nunca se materializó. Imaginaros nuestra reacción. Habíamos gastado un día entero planeando frustrar la fuga, habíamos ido al departamento de policía, limpiado el almacén, trasladado a nuestros prisioneros, desmantelado gran parte de nuestra prisión, ni siquiera recogimos ningún dato durante todo el día. ¿Cómo reaccionamos ante esto? Bien, reaccionamos con bastante frustración, con sentimientos de disonancia por todo el esfuerzo que habíamos realizado en vano ¿imaginas quien lo iba a pagar?

El nivel de enfado de los guardias aumentó de nuevo considerablemente, hasta el punto de incrementar las humillaciones que hacían sufrir a los prisioneros, incluso limpiar las tazas del lavabo con sus manos desnudas, haciéndoles hacer flexiones e incrementando el número de recuentos.

Algo kafkiano

El miércoles ocurrió algo extraño que añadió un elemento kafkiano a nuestra prisión. Un sacerdote católico que había sido capellán de prisión en Washington, D.C., fue invitado para que hiciera una evaluación de hasta qué punto era válida nuestra situación de prisión, y también porqué el Comité de Quejas había solicitado servicios religiosos.

Se entrevistó con cada uno de los prisioneros individualmente mientras yo veía con asombro cómo la mitad de los prisioneros con los que hablaba, cuando se presentaba, respondían dándole su número en vez de su nombre. Después de una breve charla, les hacía la pregunta clave: “Entonces, ¿qué estás haciendo para conseguir salir de aquí?” Cada prisionero, lo mismo que yo, respondía con perplejidad. Y él les decía a cada uno que si no se ayudaban a ellos mismos nadie lo haría, que eran estudiantes, que eran lo suficientemente inteligentes para darse cuenta de que estaban en la cárcel y que la única forma de salir era con un abogado. Si ellos no podían conseguir uno, tenían que pedir un abogado de oficio. Entonces de ofrecía a contactar con sus padres si ellos querían para conseguir alguna ayuda legal. Algunos le pidieron que lo hiciera.

La visita del sacerdote resaltó la creciente confusión entre realidad e ilusión, entre ejecución de rol (role-playing) y auto-identidad que nos estaba ocurriendo a todos como criaturas de su propia realidad. En la vida real este hombre era un sacerdote real. Pero él había aprendido de tal forma a representar el papel estereotipado, programado de sacerdote, a hablar de cierta manera, colocar sus manos en una forma prescrita, que nos parecía más bien una versión de sacerdote de película, una versión Bing Crosby, que un sacerdote real. Y esto añadido al nivel general de confusión que estábamos empezando a experimentar todos sobre nuestros roles, y donde acababa el rol y empezaba la identidad.

Los prisioneros que se sintieron más impresionados por la visita del sacerdote fueron aquellos pocos que habían sido capaces de convencerse a sí mismos que esta no era una prisión real.

819

El único prisionero que no quiso hablar con el sacerdote fue el #819 que se encontraba enfermo y se había negado a comer y quería un médico, no un cura. Se le convenció para que hablara con el sacerdote y con el director para que pudiéramos diagnosticar cual era su problema y qué tipo de médico necesitaba.

Mientras nos hablaba, calló y empezó a gritar histéricamente, tal como los otros dos chicos que habíamos liberado con los mismos síntomas. Cogí la cadena de sus pies, el “gorro” de su cabeza, y le dije que se fuera a la habitación de relajación que teníamos al lado del patio de la prisión; que le llevaría algo de comida y entonces iría con él a ver a un médico. Mientras estaba haciendo esto, uno de los guardias había alineado a todos los prisioneros y les hacía cantar en voz alta.

En cuanto me di cuenta de que #819 estaba escuchando todo esto, entré en la habitación donde lo había dejado, y lo que encontré fue un chico llorando histéricamente mientras de fondo sus compañeros prisioneros gritaban y cantaban que era un mal prisionero y que estaban siendo castigados por su culpa. No era este un canto o recuento desorganizado y lleno de bromas como el primer día. Estaba marcado por su conformismo, su complacencia. Era como si una única voz dijera “819 es malo”.

O como un millón de seguidores de Hitler cantando “Heil Hilter”. ¡Imagina cómo me sentí! Dije “OK, marchate.” A través de sus lágrimas me dijo, “No, no puedo marcharme.” No quería marchar porque los otros le habían etiquetado como mal prisionero. Incluso aunque se sentía enfermo quería volver a la prisión para demostrar que no era un mal prisionero. En ese momento dije, “Escucha, tú no eres #819. Mi nombre es Dr. Zimbardo, soy un psicólogo y esto no es una prisión. Esto es simplemente un experimento y esos son estudiantes, como tú. Vamos.” Dejó de llorar de repente y me miró como un niño que se despierta de una pesadilla y dijo “OK, vamos.” Estaba claro que lo que yo estaba haciendo era convencerme a mí mismo de la afirmación que acababa de hacer.

El jueves por la mañana se reunió el ‘Comité de Libertad bajo Palabra’. Todos los prisioneros que pensaban que tenían una razón legítima para ser liberados podían presentar una solicitud. Los prisioneros fueron encadenados juntos y llevados ante el comité con bolsas en la cabeza de forma que no pudieran ver u oír. Entraban en la habitación de uno en uno.

El comité estaba compuesto principalmente de personas extrañas a los prisioneros y estaba presidido por nuestro consultor, Carlo Prescott. Ocurrieron tres cosas remarcables en esta reunión del comité. La primera fue que preguntamos a cada prisionero si renunciaría a todo el dinero que había ganado hasta el momento si le concedíamos la libertad. Todos menos dos dijeron que sí, que renunciarían a todo el dinero que habían ganado si les concedíamos la libertad.

Esto es dramático por sí mismo, pero menos que lo siguiente. Al final de la entrevista le decíamos a cada uno que volviera a su celda y que consideraríamos su solicitud. Todo lo hicieron dócilmente. Lo que les habíamos resaltado era el contrato, es decir, ellos habían aceptado voluntariamente ser prisionero sólo porque necesitaban el dinero que recibirían por ser sujetos experimentales. Si ahora no querían el dinero, entonces naturalmente no había ninguna razón o motivo para continuar siendo un sujeto en este experimento. Nadie puede ser encarcelado contra su voluntad en un experimento ¿o sí? Lo que deberían haber dicho en ese momento es, ‘Dejo el experimento y no deseo seguir siendo un sujeto por el dinero, la ciencia, o cualquier otra razón.’ Pero no lo hicieron.

No podían porque su sentido de la realidad había sufrido una transformación. No tenían el poder de decidir dejar el experimento porque ya no era un experimento para ellos. Estaban en una prisión donde la realidad verbal era la libertad. En esta prisión sólo la autoridad correccional tenía el poder de conceder la libertad.

El tercer acontecimiento interesante del día fue la forma inesperada en que nuestro consultor sufrió una completa metamorfosis como presidente del comité de libertad.

Literalmente se convirtió en el funcionario autoritario más odiado imaginable, tanto que cuando todo terminó sintió náuseas de lo que vio en qué se había convertido: en el mismo atormentador que había rechazado su libertad bajo palabra año tras año.

¿Qué aprendizaje vicario se produce en las prisiones en las que el poder, la autoridad y el control son las virtudes clave a ser modeladas por los prisioneros?

Para el quinto día, había emergido una nueva relación entre los guardias y los prisioneros. Los guardias ahora tenían problemas en su trabajo más fácilmente que antes. Se había convertido en un trabajo en ocasiones aburrido y en ocasiones interesante. Pero era un trabajo largo, de ocho horas. Los guardias podían caracterizarse como adscritos a uno de tres grupos.

Estaban los guardias duros pero justos cuyas órdenes estaban siempre dentro de las reglas prescritas. Había algunos guardias que eran los chicos buenos según los prisioneros, que sentían auténtica lástima por los prisioneros, que les hacían pequeños favores y que nunca los castigaban. Y finalmente, aproximadamente un tercio de los guardias eran extremamente hostiles, arbitrarios, con inventiva en sus formas de degradación y humillación, y parecían disfrutar a fondo el poder que ejercían cuando se ponían el uniforme de guardia y andaban por el pasillo con la porra en la mano. Ninguno de nuestros tests de personalidad predijo esas extremas diferencias entre prisioneros o guardias y sus reacciones a las condiciones de emprisionamiento.

Cada prisionero se enfrentó a su manera con la frustración, el sentido absoluto de falta de poder y el creciente sentido de indefensión y desesperanza. Al principio algunos de los prisioneros lo haciendo siendo rebeldes, incluso peleándose con los guardias. Un prisionero desarrolló una erupción psicosomática en todo su cuerpo cuando supo que se solicitud de libertad había sido denegada; tuvimos que llevarlo al dispensario estudiantil donde fue tratado y luego liberado. Cuatro de los prisioneros reaccionaron emocionalmente, desmoronándose como una forma de conseguir escapar pasivamente haciendo que los tuviéramos que dejar. Algunos intentaron enfrentarse siendo buenos prisioneros, haciendo todo lo que los guardias querían. Uno de ellos incluso fue apodado por los otros prisioneros y guardias como “Sargento”, porque era muy militar en la ejecución de las órdenes.

Al final del estudio, los prisioneros estaban desintegrados, como grupo e incluso un poco como personas. Ya no eran un grupo, sino simplemente un puñado de individuos, de una forma similar a como vemos a los prisioneros de guerra americanos en la guerra de Korea, o en pacientes hospitalizados. Estaba claro que los guardias habían ganado el control total de la prisión, y que tenían el respeto de cada prisionero, o, más adecuadamente, la obediencia de cada prisionero.

Vimos un acto final de rebelión. El prisionero #416 fue admitido el miércoles de entre los que teníamos en reserva. Intentó hacer frente a la situación negándose a comer, iniciando una huelga de hambre..

Este era un último fútil intento de un prisionero de mostrar su individualidad negándose a comer. Los guardias intentaron que comiera, pero no lo consiguieron. Esto suponía una oportunidad para que los otros prisioneros se reorganizaran y solidarizaran tras este nuevo acto de rebelión. ¿Qué hicieron? ¿Cómo manejaron esto los guardias?

Bien, los guardias hicieron todo lo que pudieron para intentar hacerle comer a la fuerza. Incluso intentaron que los otros prisioneros le hicieran comer. Empezaron a castigar a sus compañeros de celda si él no comía, y finalmente incluso amenazaron con eliminar las horas de visita del jueves por la noche, una hora antes de que llegaran los visitantes, si #416 no comía.

Entonces los prisioneros explotaron, no contra los guardias por la regla arbitraria, sino contra #416, chillándole, maldiciéndole, diciéndole que tenía que comer, que ellos iban a tener problemas por su estúpido acto de desafío. Entonces los guardias cogieron a #416 y lo llevaron al ‘agujero’, aislado, durante tres horas, aunque según su propia norma el límite era una hora. Aún así, él se negaba. En este momento debería haber sido un héroe para los otros prisioneros. ¿Pero qué era? Se había convertido en un buscaproblemas. Así, el jefe de los guardias, ante esta situación les dio una alternativa a los prisioneros. Podían hacer que #416 terminara su aislamiento si aceptaban darle alguna pequeña cosa -su manta. O, si se negaban a dársela, #416 seguiría aislado toda la noche. ¿Qué crees que eligieron?

Un guardia, que era el más brutal de todos según los prisioneros, fue apodado “John Wayne”

Es curioso que algunos meses después supimos a través de un antiguo prisionero de un campo de concentración nazi, el profesor Steiner del Sonoma State College de California, que el guardia más famoso en la prisión cerca de Buchenwald era llamado Tom Mix, el John Wayne de hace 20 ó 30 años (1971)

¿Dónde había aprendido nuestro ‘John Wayne’ a convertirse en un guardia así? ¿Cómo pudieron él y otros introducirse tan rápidamente en ese rol? Estas eran preguntas que empezábamos a preguntarnos nosotros mismos.

El jueves por la noche, cuando llegaron las visitas, algunos padres me pidieron contactar con un abogado para sacar a su hijo de la prisión..

Decían que les había telefoneado un sacerdote católico para decirles que su hijo estaba en la Cárcel del Condado de Stanford, que debían conseguir un abogado si querían sacarlo. Ahora nuestra comedia estaba escrita por Pirandello y estábamos todos atrapados en nuestros papeles. Llamé al abogado que habían pedido que vino vino y se entrevistó con todos los prisioneros.

En este punto estaba claro que teníamos que terminar el experimento. Teníamos que hacerlo porque ya no era un experimento. Efectivamente, habíamos creado una prisión en la que estaba sufriendo la gente, en la que algunos chicos llamados prisioneros se estaban aislando y comportándose de forma patológica. Por otra parte, algunos de los guardias se estaban comportando sádicamente, deleitándose en lo que podría llamarse ‘el último afrodisíaco del poder’, y muchos de los guardias que no se comportaban así se sentían indefensos como para reaccionar contra ello. De hecho, lo permitían, no interfiriendo nunca con una orden de uno de los guardias crueles. Incluso puede decirse que eran los guardias buenos quienes ayudaban a mantener la prisión, aunque los guardias malos marcaban el tono.

En este punto dijimos ‘ya es suficiente, tenemos que terminar esto.’ De esta forma, nuestro simulacro de dos semanas finalizó tras sólo seis días.

El viernes la última cosa que hicimos fue organizar una serie de grupos de encuentro, primero con todos los guardias, después con todos los prisioneros, incluyendo aquellos que habían sido liberados y a los que se les invitó a volver, y finalmente tuvimos una reunión con todos los guardias, prisioneros, y equipo. Hicimos esto para conocer sus sentimientos, saber lo que habían observado en los otros y en nosotros mismos, y para compartir los experiencias, que eran muy intensas para todos.

Finalmente, intentamos que esto fuera un espacio de re-educación moral mediante la discusión de los conflictos morales que había planteado la simulación y cómo nos habíamos comportados y cuales eran nuestras posibles alternativas morales, de forma que confiábamos que todos nos pudiéramos comportar con más moralidad en futuras situaciones reales.

Nuestra investigación terminó del 20 de agosto de 1971. Al día siguiente hubo un supuesto intento de escape en San Quintin en el que Soledad Brother, George Jackson y algunos otros prisioneros y guardias fueron asesinados. Menos de un mes después, Attica.

Es instructivo ver ahora cómo el director Mancusi de la prisión de Attica contestó a un subcomité del Congreso que investigaba las reformas en la prisión cuando se le preguntó, “¿puede decirnos que lecciones ha aprendido de los disturbios?” Contestó, ‘Hemos instalado dos torres armadas en nuestra rehabilitación de la institución.”

Una de las principales solicitudes de los prisioneros de Attica era el ser tratados como seres humanos. Como consecuencia del tiempo que pasamos en nuestra prisión simulada, podemos entender cómo la prisión, de la misma forma que cualquier otra institución total, puede deshumanizar a las personas, puede convertirlas en objetos, y hacerles sentir indefensas y sin esperanzas, y comprobamos cómo las personas podían hacer esto unas a otras. La preguna ahora es, ¿cómo podemos empezar a cambiar nuestras instituciones reales de forma que puedan promover valores humanos en vez de destruirlos?

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